Involucrar a todos los miembros por medio de un ministerio de compasión
Yo recibí una llamada telefónica unas semanas antes de la Navidad. Del otro lado de la línea estaba un padre angustiado. Por el temblor de su voz podía sentir su renuencia a compartir la verdadera razón de su llamada. Me contó su historia: estaba enfermo y no había podido trabajar durante los últimos seis meses. La vida no había sido fácil, y le estaba costando mucho proveer lo necesario para su familia. Faltaban pocas semanas para la Navidad y estaba preocupado porque no podría comprarles ningún regalo a sus dos hijos varones. “¿Puede ayudarme tu iglesia a conseguir algo para mis chicos?” fue su pedido por teléfono. Y su pedido me conmovió. Como padre, imagino el dolor de no poder comprar un simple regalo para mis hijas en la época navideña. Sin dudarlo, le dije que lo ayudaríamos. Sus niños no pasarían la Navidad sin recibir un regalo. En ese momento pensé en todas las personas que, por una razón u otra, no tendrían una Navidad muy feliz. Comencé a pensar en las madres solas que viven en refugios o en un padre que perdió su trabajo y está luchando por conseguir uno nuevo. ¿Cuán difícil sería para ellos comprarles regalos a sus hijos para la Navidad? Y entonces se me cruzó la idea: ¡Tenemos una iglesia! ¡Tenemos miembros que vienen a la iglesia cada sábado y ocupan los bancos! ¡Podemos ayudar! Nosotros tenemos los recursos para ayudar. Ese año desafié a los miembros de mi iglesia a ser compasivos y a servir a otros durante la época navideña. En solo un par de día reunimos cientos de juguetes para niños y niñas de diferentes edades, y un montón de comida para regalar.
Recuerdo con claridad estacionar la camioneta frente a la casa del padre que me había llamado por teléfono. Él salió con sus dos hijos. Abrí la puerta de la camioneta y le dije al padre que eligiera lo que quisiera regalarles a sus hijos, y eso hizo.
Nuestra siguiente parada era un refugio para madres, y allí visitamos a dos madres solas. Dimos un paso al costado y les permitimos a ellas y a sus hijos elegir lo que querían. Las madres estaban entusiasmadas, y los niños no paraban de reír. Se aferraron a los juguetes que eligieron y, con sonrisas en el rostro, nos miraban con gratitud.
Estos dos pequeños actos de compasión me llenaron el corazón, y aliviaron las preocupaciones de algunas familias que pasarían las fiestas con algo de dignidad, celebrando con sus hijos. Algunos de nosotros somos afortunados de tener la oportunidad de compartir con otros, y la razón por la que Dios bendice a nuestras iglesias es para que podamos bendecir a otros.
El efecto dominó de la compasión
En 2 Corintios 9:8 al 13, Pablo se expresa así: “Y Dios puede hacer que toda gracia abunde para ustedes, de manera que siempre, en toda circunstancia, tengan todo lo necesario, y toda buena obra abunde en ustedes. Como está escrito: ‘Repartió sus bienes entre los pobres; su justicia permanece para siempre’. El que le suple semilla al que siembra también le suplirá pan para que coma, aumentará los cultivos y hará que ustedes produzcan una abundante cosecha de justicia. Ustedes serán enriquecidos en todo sentido para que en toda ocasión puedan ser generosos, y para que por medio de nosotros la generosidad de ustedes resulte en acciones de gracias a Dios. Esta ayuda que es un servicio sagrado no solo suple las necesidades de los santos, sino que también redunda en abundantes acciones de gracias a Dios. En efecto, al recibir esta demostración de servicio, ellos alabarán a Dios por la obediencia con que ustedes acompañan la confesión del evangelio de Cristo, y por su generosa solidaridad con ellos y con todos”.
Podemos llamar a esto el efecto dominó de la compasión. Dios provee lo que necesitamos, para que nosotros podamos proveer a otros, y como resultado de nuestro ministerio de compasión ellos estarán agradecidos y glorificarán a Dios. Nuestra generosidad y nuestro servicio prueban “la obediencia con que ustedes acompañan la confesión del evangelio de Cristo”. Por tanto, Pablo nos recuerda que la obediencia no se trata de seguir una lista de reglas que no tienen nada que ver con la humanidad, sino de demostrar nuestra fidelidad a Dios ayudando a otros.
Muchos de los líderes religiosos en los días de Jesús no tenían ningún problema con seguir reglas y mandamientos, pero su obediencia no tenía nada de amor por las personas. Jesús vino a mostrarnos que nuestro amor por Dios va más allá de las palabras. Jesús no se quedó en el cielo contemplando la necesidad de salvación de la raza humana, y hablando con su Padre sobre eso. Jesús, el Dios del universo, vino a la Tierra a mostrar compasión. Les habló a las personas. Las sanó. Desparramó amor. Sirvió. Eligió morar para que nosotros podamos vivir. Su amor era activo, no pasivo. De la misma manera, nuestro amor por las personas debe ser activo. Nuestra compasión no puede ser pasiva. Si sabemos lo que debemos hacer, ¡hagámoslo! Esta no es una idea ni un mandamiento nuevos. Jesús dijo que debemos amar a los demás, y dejó el ejemplo de cómo amarlos: por medio de actos de compasión y servicio.
Lee este texto bíblico cuidadosamente: “Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: ‘Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque vinieron a la iglesia y cantaron himnos del himnario, leyeron la versión Reina-Valera, dieron sus diezmos y ofrendas, ayudaron a calmar muchas discusiones entre miembros de iglesia, fueron vegetarianos, usaron trajes y una corbata para verse importantes, trabajaron para la iglesia, se hicieron pastores, y de vez en cuando sirvieron a alguien… entren al reino de Dios’ ”.
¡Espera! ¡El texto bíblico no dice eso! No obstante, así es como muchas personas están viviendo su vida cristiana. Pensamos que al cumplir una tarea, una tradición, o simplemente al venir a la iglesia estamos cumpliendo la gran comisión de Jesús, y estamos involucrados. Pero Jesús tiene otra cosa en mente. Esto es lo que realmente dijo: “Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron” (Mat. 25:35, 36). ¿Ves la diferencia? Estas cosas sin simples actos de compasión que cualquiera puede hacer, y lograr que los miembros estén involucrados en el servicio debe comenzar por ti.
Nota que las palabras de Jesús no estaban dirigidas a una iglesia u organización, sino a sus discípulos. Al seguir el ejemplo de Jesús, los discípulos no fueron invitados a liderar desde el púlpito, sino que se esperaba que salieran y sirvieran a las personas en necesidad. Se espera lo mismo de cada uno de nosotros hoy. Como seguidores de Cristo, nuestra “vida debe ser como la vida de Cristo: [repartida] entre la montaña y la multitud”. Jesús estaba en la montaña, orando y buscando a Dios, pero después estaba con la multitud. El problema es que los líderes les estamos enseñando a nuestros miembros a subir la montaña para orar y buscar a Dios, pero no les estamos enseñando a bajar de la montaña para servir a la multitud.
¿Cómo puedes servir?
El mayor recurso de nuestra iglesia es la gente. La gente que viene y se ve semana tras semana; muchos de los cuales dejan la iglesia porque se sienten frustrados e inútiles. No reconocemos que nuestros miembros son individuos únicos, buscando significado. Vienen de diversos trasfondos, diferentes culturas, tienen diferentes valores y carreras profesionales, y recorren distintos caminos de vida; pero todos, sin excepción, tienen algo en común: quieren encontrar su propósito en la Tierra. Para involucrar a nuestros miembros en el ministerio de la compasión simplemente tenemos que preguntar: ¿Cómo puedes ayudar? Es asombroso cómo cambian las cosas cuando comienzan a hacer esta simple pregunta. No necesitas un título para servir a otros. No necesitas un montón de dinero. ¡No necesitas aprobación de la junta de iglesia! Increíblemente, cuando le preguntamos a nuestros miembros de iglesia cómo pueden servir, comienzan a ocurrir cosas asombrosas, y es inevitable que se involucren, porque se sienten parte de algo más grande que ellos.
La hermana White una vez tuvo una visión sobre una iglesia especial en San Francisco. Una iglesia que serviría a su comunidad por medio de muchas actividades diferentes. Esa iglesia llegó a ser una realidad, y algunos años después ella fue a visitarla. La describió así: “Durante los últimos pocos años la “colmena” de San Francisco ciertamente ha sido muy activa. Muchas diferentes clases de actividad misionera han sido realizadas por nuestros hermanos y hermanas allí. En ellas se han incluida las visitas a los enfermos y desvalidos, el encontrar hogares para los huérfanos y trabajo para los desocupados, prestar atención médica a los enfermos. Ha funcionado una escuela para los niños en el subsuelo del local de la calle Laguna. Durante un tiempo funcionó un hogar para obreros y un dispensario. En la calle Market, cerca de la municipalidad, había salas de tratamientos, que funcionaban como una sucursal del sanatorio de Santa Helena. Había un almacén de alimentos saludables en la misma localidad. Yendo más al centro de la ciudad, no lejos del edificio Cali, funcionaba un restaurante vegetariano, que estaba abierto seis días a la semana y cerrado el sábado. A lo largo de la ribera, se hacía obra misionera para la gente del mar. En diferentes oportunidades, nuestros ministros realizaron reuniones en grandes locales de la ciudad. De esa manera, el mensaje de amonestación fue dado por muchos”.
¡Qué iglesia hermosa! Realmente, una iglesia involucrada que comenzó con una visión. Una iglesia que no solo estaba orando y buscando la presencia de Dios, sino también sirviendo a la comunidad en muchas áreas diferentes. Una iglesia que estaba usando todos los talentos y las habilidades de sus miembros para suplir las necesidades de los vecinos. Una iglesia que estaba subiendo la “montaña” para buscar a Dios, pero después estaba bajando para servir a la multitud. ¡Queremos esa iglesia! Que nuestros miembros estén involucrados, animados y comprometidos en la misión comienza con una visión, y una visión solo se vuelve una realidad cuando nos atrevemos a preguntarles a las personas de nuestra iglesia: ¿Cómo puedes servir? Es la única manera de involucrar a todos los miembros y no dejar a nadie atrás, por medio de una ministerio vivo, atrayente y dinámico de compasión.
Paulo Macena es el pastor principal de Ellicott City SDA Church and Urban Life Center, un Centro de Influencia de Baltimore, en la Conferencia de Chesapeake. Tiene una Maestría en Ministerio de Jóvenes y un Doctorado en Ministerio en Liderazgo, ambos de la Universidad Andrews. También es el fundador del Instituto de Liderazgo Adventista (adventistleadership.com). El pastor Macena es el autor de El Poder Perdido publicado por la Asociación Ministerial de la Asociación General.
Este artículo es un extracto del libro que está recientemente disponible, llamado: Multiplica. El libro Multiplica es un regalo de la Asociación Ministerial de la División Norteamericana para todos los pastores y pastores laicos voluntarios. Para obtener el libro sin costo alguno, contacte al director ministerial, o a la secretaria de su conferencia local.